jueves, 17 de abril de 2014

Brotando del suelo




“Hay muchas formas de estar en el mundo…” Y también hay muchas formas de no estar en él, porque lo que no está— tu voz, ¿a dónde se ha ido?— adquiere diversas formas, siempre la más conveniente según quien se encargue de hablar de ello. Yo no sé cómo está, ni dónde, lo que no está, de la misma forma que no sé cómo es, ni dónde es, lo que ha sido. Yo no sé a dónde se van los sueños, ni siquiera sé si se van, la risa, los proyectos. Y para qué intentar decir algo al respecto, no sólo respecto a los sueños, las risas, el aroma y los lugares (o no lugares), sino respecto a ti. Qué podría decir yo de ti que tú no dijeras antes, y que no sólo dijeras al decir sino, también, al ser, al serte hablando, al serte diciendo, como nos semos todos, al final. Qué podría decir yo, además, que no se haya dicho ya: que el vacío aquí se exhala en cada bocanada de humo, o de aire, que el gusto a ausencia aparece ahora en cada línea que escribiste, que la tristeza nos interpela brutalmente al ver el cielo, al pensar en la sintaxis— en la del mundo, en la nuestra— que, se adivina, descubriste, mostraste— para ti y para tantos otros— como la ley secreta del mundo, como el orden insospechado que nos mantiene aquí repitiéndonos que el cielo es azul y que los mantiene allá repitiéndose que el cielo no es de ningún color. Qué podría decir, sino re decir— a coro, sumándome a las voces que te guían (si es que te vas), que te consuelan (si es que las escuchas), que te recuerdan (porque olvidarte, no se puede) —que cambiaste mi vida, sobremanera.

Y ahora que lo pienso— después de la pausa para encender un cigarro, y ver el humo que desparece, tal vez, para alcanzarte— yo podría decir muchas cosas sobre ti, que se funden y se van a posar con todas las otras cosas que se dicen, se piensan, se lloran, en esta ciudad, bajo este cielo, en esta lengua, sobre ti— como construyendo un enorme y hermoso mausoleo que estás invitada a habitar porque está hecho para ti, de lo mismo que tú estás hecha ahora— . Yo podría hablar de todo lo que me enseñaste, de tu ingenio al formular problemas que para mí aparecían difusos, de la originalidad de tus ideas, de tu sencillez al enunciar tus conclusiones, de tu capacidad de asombro ante lo novedoso, de tu sabiduría. Yo podría hablar de cómo creo que eras una de esas almas puras, que son tan escasas, de cómo alegrabas las conversaciones con tus incisivas y acertadas observaciones, de cómo tu mente era privilegiada, de cómo me parecía que nuestras afinidades y tus opiniones, respecto a esos temas que tú sabrías advertir ahora, eran una luz al final del túnel. Y también podría hablar de los nervios que sentía al hablar contigo, y de la sonrisa que se dibujaba en mi rostro cuando recordaba los frutos de esas conversaciones. Podría hablar de anécdotas tuyas, y podría esclarecer todo a lo que me refiero, pero no lo haré, porque, hoy, me hace falta guardar algunas partes de ti como sólo mías, para hacer con ellas una pequeña casita que vengas a visitar cuando lo necesites, o cuando yo lo necesite. Y por otro lado, no puedo quedarme totalmente callado, porque tu partida me duele, tu silencio— como dice la canción— duele— y parece necesario interrumpirlo, aun con esta suerte de balbuceo, al menos por un momento—,y es que es duro saber que ese silencio ya no romperá en risa, ni en llanto, ni en nada otra vez.
“Hay muchas formas de estar en el mundo” Y también de no estar, pero ahora que estamos, estemos…

 

A la querida memoria de Mercedes M. Tapia Berrón